21 de marzo de 2009

Insomnio

"¿Ha leído usted a Poe, doctor? El mío también es un cuervo negro. Lo veo tras la ventana del salón, en uno de los árboles del jardín. Siento cómo me mira. Después, no me pregunte cómo, el mismo cuervo está posado en la librería, justo detrás de mí. No me gustan los pájaros, ¿sabe? De hecho, detesto que revoloteen en un sitio cerrado sobre mi cabeza. Me pone de los nervios".

         Despierta sobresaltado en mitad de la noche. Todo está tranquilo, ella duerme a su lado, le da la espalda. No hay más ruido que el tictac del despertador, ese sonidito seco y constante que llena el vacío de sus madrugadas desde que el insomnio llegó para quedarse. Abrir los ojos y ser consciente del ritmo de la fina aguja al moverse le permite asirse a la tranquila realidad de la casa, aunque sólo sea durante unos segundos. Después, el tictac se disipa en lo cotidiano, queda relegado al fondo de ese instante y, sin desaparecer, suena desde lejos. Es entonces cuando siente miedo.

        Al principio nunca está totalmente despierto. Pero eso es lo malo del insomnio. Uno nunca está lo suficientemente despierto ni lo suficientemente dormido. Pone un pie en el suelo. Aunque la madera es cálida, el temor irracional que oprime sus noches le hace sentir escalofríos. Reconoce esa sensación, se incorpora a tientas y avanza unos pasos hasta que identifica al fondo la tenue luz del acuario en el salón o escucha la danza de las burbujas en el agua. De nuevo, recuerda la espantosa escena y se estremece. Ya no sabe cuántas veces ha deseado borrarla de su mente, ni cuántas ha condenado el día en que la imaginó por primera vez. A estas alturas, ni siquiera recuerda si es la imagen la que le impide dormir o si la falta de sueño es lo que lleva a imaginar cosas extrañas. Todo es muy confuso desde que el insomnio irrumpió en sus madrugadas para quedarse. O desde que inventó a ese maldito cuervo.

       Al principio, cuando sentía miedo, solía esconderse bajo las sábanas, cerraba los ojos, apretaba los puños y esperaba a que todo terminase. A veces incluso transcurrían horas, porque la imagen inundaba su mente hasta el colapso. Se repetía una y otra vez.
Preparado de nuevo para enfrentarse a su propia y cruel creación, avanza hasta el salón, se asoma a la ventana y allí, en uno de los árboles del jardín, está el cuervo, observándole. Siente cómo el miedo le paraliza. Sabe que si mira hacia atrás verá al pajarraco oscuro sobre la librería. Pero ya no puede hacer otra cosa y se gira con el rostro desencajado, pálido como un enfermo. Su mente es como una brújula despótica, absoluta.

"Después, doctor, noto sus garras sobre mi cabeza. Es horrible. Esas uñas afiladas y frías abriéndose hueco entre mi pelo. Casi no puedo soportarlo. Intento moverme, pero no puedo. Y el cuervo sigue posado sobre mí, del revés. Lo sé porque después me picotea la nuca y yo noto un hilo de sangre recorriéndome la espalda... Dios... Si pudiese dejar de pensarlo. Si pudiese dormir".

        Despierta sobresaltado en mitad de la noche. Todo está tranquilo, ella duerme a su lado, le da la espalda y no hay más ruido que el tictac del despertador. Se deja llevar por el ritmo de la fina aguja al moverse. Tiene mucho sueño.
Un segundo, dos, tres.

16 de marzo de 2009

Hilando pensamientos

La Melancolía es el placer de estar triste
Victor Hugo


El silencio no me pesa y sólo los rayos del sol consiguen alcanzarme. Lo noto en la piel. Sol de otro invierno que agoniza. Me preguntas por qué creo que a la gente le preocupa tanto el tiempo que va a hacer. Respondo que quizás sea porque el clima esconde siempre la falsa ilusión de variedad en nuestras vidas, que son frecuentemente monótonas y están plagadas de momentos que se repiten o que se parecen a otros momentos. En definitiva, la rutina nos ha absorbido a todos alguna vez. El clima, sin embargo, siempre es cambiante. Sol, nieve, lluvia, viento. Una vez leí que lo peor es cuando ese sentimiento de repetición se traslada al amor. Sabes que estás en una fase o en otra porque ya lo has vivido, y esperas con anhelo y desilusión a partes iguales el último tramo, en el que dicen que ya nada importa. También leí que entonces te sientes un poco más viejo.


Me dejo llevar por el hilo de estos pensamientos torpes que se presentan sin orden definido e imagino que así será la neblina que flota en torno a mi subconsciente. Allí busco desde hace tiempo los mapas de los sueños que un día desplegamos. Te pregunto si te acuerdas y me miras de soslayo. No sé dónde los habré puesto, pero da igual. Puedo permanecer callada y volver con el equipaje a medias, como ya he hecho antes, convencida de que merece la pena seguir buscando en ti lo certero del pasado. A veces así lo siento. Me dices que a estas alturas no sabes muy bien dónde está el norte, pero que aún distingues sollozos pasionales de entre aquellos que surgieron del llanto. Me pregunto si será esta distancia irreal la que hace que nos estemos idealizando falsamente, con la misma intensidad con la que se suele idealizar a los muertos. No encuentro respuesta. Hoy sólo sé que la melancolía, en el fondo, es como una tristeza que no duele.

11 de marzo de 2009

Desde el tejado

Desde el tejado la ciudad parece otra. La luz es más intensa durante el día y el viento avanza libre para colarse susurrando entre las sábanas recién limpias que se secan en las solanas. Descubro que los geranios que crecen en las terrazas viejas del sur son aún más hermosos que los que veo a pie de calle. Los pájaros están más cerca y los edificios se presentan sin orden definido. Parece como si alguien los hubiese puesto ahí al azar, al igual que los árboles. El horizonte está más lejos y la ciudad se me antoja por partes incoherente. La distancia hace que el bullicio de la calle se transforme en un murmullo inaccesible.




De noche, las azoteas de los edificios dibujan siniestras siluetas sobre fondo siempre oscuro. Sólo la luna hace visibles los objetos y dirige el rumbo lento de las sombras fantasmales. Condenadas a alumbrar sin importancia, las farolas son apenas pequeños puntos de luz que se ordenan a lo lejos. Casi todos duermen. Soy más consciente del silencio interrumpido por el canto de las aves nocturnas. 
Sólo las lámparas de los insomnes permanecen encedidas.
Los gatos ponen a prueba su equilibrio.
El viento ya no sopla.