Le explicaron que el tiempo es lineal, que todas las cosas que tienen duración, es decir, todas las cosas, se sitúan en una misma línea. Los calendarios, le dijeron, también son lineales. Y eso de la reencarnación y la eterna rueda cósmica no es más que un cuento. Si no resuelves algo en esta vida, no esperes formar parte de una danza inacabada. Un día nacemos y otro moriremos. Sin más.
Años después se adentró en el corazón de África. Le sorprendió que el día no se dividiera en horas y que el reloj dejase de tener sentido, como la plaga del estrés occidental. Comió cuando tenía hambre y no porque era la hora, vivió al ritmo de la naturaleza y de sus propios acontecimientos. Un día tuvo que hacer un viaje en autobús. A las once de la mañana le dijeron que no entendían lo que significaba 'hora de salida' y, efectivamente, el bus no inició la marcha hasta que no estuvo lleno, a las cuatro de la tarde. Se sorprendió a sí mismo sonriendo. En el bullicio de Madrid, la espera le habría irritado tanto que, con toda probabilidad, hubiese perdido los papeles entre hojas de reclamaciones.
Regresó a casa y asumió de nuevo expectativas y obligaciones, pero dejó de contar las horas y de proyectar su futuro a corto plazo. Vivió, sin más. Y decidió que volvería de la playa cuando los niños estuvieran cansados, y no porque toca.