28 de abril de 2010

Extranjero

Regresó al país tras décadas de exilio y encontró su alter ego entre los escombros de las calles. Descubrió la clase de hombre que podría haber sido si hubiese permanecido en casa y con vida, y echó de menos los tiempos en los que las chicas lucían libres y vestían corto, cuando su padre era gobernador, su madre cosmopolita y su educación, en francés y cuidada. Pero nada fue igual desde que la sangre tiñó de rojo las montañas. Entonces comprendió de verdad lo que era la guerra.

       Hoy es el único de la familia que permanece con vida. Casi todos fueron asesinados dentro. Al principio nadie entendió por qué quería reencontrarse con tanto dolor, pero lo cierto es que no buscaba a nadie más que a sí mismo.

       Antes de partir dijo que la dualidad es la identidad última del exiliado, y que su vida al otro lado de la frontera no era más que una hoja en blanco. Había vivido en muchos sitios y a la vez en ninguno, así que volvió a su tierra, pero no encontró lo que buscaba. El mercado, la escuela, el barrio de los músicos… Todo formaba parte de un inmenso cementerio. Sus raíces se habían marchitado. Olía a muerte.

       En apenas siete días regresó a Europa, y al poco le preguntaron si alguna vez volvería a su país para quedarse. Él negó con la cabeza. Allí también se sentía extranjero y extraño. “Y si uno es un extraño en su tierra, lo es en cualquier parte”, añadió.

Y se lamentó de no haber averiguado qué carajo es eso que llaman patria.