1 de marzo de 2013

Mi generación

Nací en 1984. El cine, los tebeos y la televisión me enseñaron que no importa cómo de terribles se pongan las cosas, porque al final todo sale bien. Me dijeron que formaría parte de la generación mejor preparada. Sólo tendría que estudiar mucho, licenciarme y ser honrada. Viviría en Europa, tendría los hijos que quisiera, una casa con jardín y un par de coches.

        Nadie me preparó para enfrentarme al trabajo precario, la corrupción, la mentira, el paro y el fracaso de las reformas educativas, así, en plural. Nadie me habló de la crisis ni de esta población adormecida, tan flaca de emociones. Nadie mentó a los políticos que hoy tejen sogas para ahorcarnos, y nada supe de las impurezas que sostienen el blanco como algo creíble. Me dijeron que mentir y robar estaba mal, que era el camino del fracaso. Ja.

        Fui una estudiante modelo. Aprendí inglés, fui al conservatorio, me licencié. Sin ser consciente de que en la frente de los hombres brillaban ideas torcidas, luché con mi generación. Quisimos ser músicos, arquitectos, directores de cine, criminólogos, periodistas. Llenamos la mochila de ilusiones y alcanzamos nuestro sueño.

       Ahora tengo 28 años, que es algo más, que son casi 29, que soy yo dilucidando qué puede ser de mí, qué puedo hacer conmigo. Pero ni rastro de la casa con jardín ni de la pareja de coches. Todo era mentira.

       Y como ya no comprendo ningún idioma, suelo llamar a mis padres, que viven lejos de aquí, y en un quejido inherente, casi infantil, les digo:

Cuántas cicatrices...
Te hacen más altame contestan.

       Entonces pienso que al menos pude independizarme a los veintitantos, que tengo un apartamento alquilado, una bicicleta y un gato que con un simple gesto de llave acude y ronronea, y que si formo parte del pequeño porcentaje de jóvenes a los que les dejan trabajar, tan malo no será.

En agradecimiento,
a veces,
pongo mis discos de rock.

17 de febrero de 2013